Rosas a la experiencia

 Verdades.

Escribo para que me leas. No, es más una terapia. Sí, es mejor los dedos sobre las teclas que nuevamente sobre una mujer. M-u-j-e-r. Cada letra es una campana. Hoy descubrí miradas. Pero mi hija me tomaba la mano y había que seguir mirando a mi hijo. Es peligroso. M.u.j.e.r. Una campanada con tonos café y ciruelas y un Bubbaloo de fresa en la boca. "Eres un bocadito". Solo con esa frase inicié una historia, otra historia, sobre otra historia y dentro de otra historia. Ahora escribo para no recurrir a los cigarros. Soy papá, debo cuidarme. Pero un halo suicida me recuerda que mujer tiene tantos significados en mis dedos que me detienen rostros, llantos y palabras. ¿Sabes qué no hay? Un número al que pueda llamar y encuentre una respuesta. Entonces la introspección se asoma para decirle al niño que ya pasó, tranquilo.

Mentiras.

Mujer, he soñado este momento. Veo sus ojos en el reflejo del espejo y hallo una línea inquietante bajo su vestido. Acaricio sus labios con mi boca y describo un sueño. Al final de la oración: justo así te abrazaba. Una mano recorre las últimas fibras de inseguridad que tiene. Ahora, debajo de un beso, descubro pantis negras con la delicadeza de un amante experto. No pienso, no debería hacerlo. Es mejor así...

Esa mañana le hice el amor tantas veces como pude. Su cuerpo era una vitrina de aromas. Sabores picantes y amargos, dulces y suaves. Aromas que se impregnaban en mi mente, puntos que bajo la temperatura adecuada seducían mi conciencia y evitaban que le diga lo muy seguro que estaba de que no la amaba, aunque mi lengua aniquilaba los fonemas del no y los te amo eran un volcán desastroso que nos interrogaba entre aullidos y discontinuos respiros.



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