El llanto de los desenterrados
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El llanto de los desenterrados Lima, Septiembre 2010. Conocí a Pascual mientras desenterrábamos a tu esposa. No es que no lo haya visto antes, sino que ese día recién se me presentó. “Los muertos no son mudos”, decía incrustando su ojo negro en mi mirada, como sabiendo lo que había hecho. Yo lo escuchaba disimulando mi preocupación y sin responder. Los dos trabajábamos arduamente por encontrar el cuerpo; pero luego del huayco lo único que encontrábamos eran cuerpos que habían fallecido hace algunas horas. Podíamos hundir la pala y sacar un brazo, eso era lo peor, pues había que sacar todo el cuerpo, y tú sabes que esos cuerpos ya están muy feos. Claro que Pascual estaba excitado con la labor. Él encontraba la punta de la pala con sangre, la olía y decía: “Niña, seis años, robusta”, o en el mejor de los casos, “Joven, de unos dieciséis. ¡Esta la saco a mano!” Quien ve a Pascual escarbando, con los dedos enmugrecidos, sacando poco a poco el barro y disfrutando con sus