Lamentos de un caficho -Gabriel Cueva 2010


Lamentos de un caficho



A  Carlos García  Miranda, por premiarlo.



Lima, Septiembre 2010.


No es que yo sea exquisito con las mujeres, mucho menos ando como esos maricones que no pueden tocar una muchacha si antes no les han invitado por lo menos un trago. El truco está en ser “dulce”. Lo que realmente tengo de dulce yo es esta boquita que a las chicas les encanta tener entre las piernas. Así los amigos, borrachos como yo, siempre me preguntan que cómo va la cosa. Si yo no les meto un martillazo en la cabeza es porque la última vez que lo hice terminé de caficho en la cárcel prostituyendo al culo más lampiño del pabellón. Tres soles pagaban los desconocidos por un polvo con la Sofi. Sí, la Sofi (que pagaba por matar a su madre) pagaba todos los cigarrillos y chelas que yo quisiera. Es que, al igual que a las mujeres a los mariquitas hay que saber cómo tratarlos. Si no dime, ¿acaso a una mujer le dices: “La verdad siempre me gustó mirarte y por eso quiero estar contigo”, solo por un beso? No, a las mujeres les gusta el macho que se haga el romántico juguetón para que se pase la noche entera contigo. Una mujer que piensa que eres el hombre de su vida y no quiere perderte es mejor que cualquier enamoraducha que se acuesta contigo por amor. ¡Carajo! Nosotros somos animales y como animales tenemos que ser en la cama. Al principio palabras dulces, risas y algunas mentiras, y listo. En la cama como león y leona: morder, arañar, rugir, golpear…, y todo eso para que nunca se olvide de ti. Así yo trataba a la Sofi, calientita la tenía y él me mantenía como rey. Bueno, pero eso fue en la cárcel, ahora soy un borrachín más, y el que piense que alguna vez toqué a la Sofi lo parto y me regreso a la cárcel a seguir como rey con mi Sofi.
            Yo de joven era distinto, enamorador como ninguno, cariñoso y juguetón hasta con las tías que de experiencia a uno lo colman. Si no le preguntamos a Lupe, a la del octavo piso (no Lupe la hija, la que se peleó con la madre por culpa de quien les habla), esa negrita me lleva 25 años, y la Lupe era la Lupe pues. En la cama, si llegábamos y no me calateaba en la cocina, era indestructible, me dejaba seco como una pasa arrugada; y si la vieras calatita… ¡Ni con látigo domas esa yegua! Así es, cuando yo era un chibolito de no más de 20 pasaba mis horas coleccionando muchachas. Ahora, a los sesenta, me vienen a preguntar por mis trucos... Pero, ¡si lo que falta aquí son hombres y sobran maricones que se pelan de nervios cuando están frente a una muchachona! Como les decía, yo no soy selectivo con las damas, a mí no me importa si es fea, bonita, gorda, chata, tía o chibolita, todas igual sobre la cama rinden. “Toñito, estás que ardes”, dicen. “Toñito, háblame bonito como tú sabes”, dicen las otras. Pero pobre de aquel que me diga Toñito, ¡carajo! Yo soy Don Antonio para todos los caballeros que pisen mi bar. Señor Antonio para el que quiera el préstamo de alguna de mis chicas.
            No puedo quejarme, mis chicas me adoran. Aquí a todas yo las cuido como reinitas, son mis gatitas; yo las escucho y las mimo, por eso me adoran. El otro día se me caso una, Juanita, y me invitó para que yo sea el padrino. Me fui elegantón con  mi traje de gala y mi bastón de caoba. Señor Antonio por aquí, Señor Antonio por allá, y el güisqui sobraba. Buen muchacho se consiguió Juanita; aunque yo estaba triste porque ya no la vería por aquí con su vestido rosadito y su mirada de niña encantada. Luego me contaron que en la noche de bodas su esposo salió de la cama agradeciendo a cada uno de los amantes de Juanita, claro que él no sabía para nada del oficio de mi chica; ah no, yo me encargué de limpiarle toditos los indicios, con mi ahijado el abogado esos servicios están resueltos.
            Haciendo un poco de memoria, porque uno ya viejo difícil se acuerda del pasado, aún puedo verla cuando la conocí. Juanita vino de Pucallpa, su mamá me la trajo de solo trece añitos, bien tiernita. Era una niña con un cuerpo de mujer, tenía mejor cuerpo que muchas de mis chicas mucho mayores que ella. Yo, como un caballero, no la puse a trabajar ni nada. Primero a estudiar. Sí, terminó la secundaria, era de las que estudiaban duro. Recuerdo que una vez o dos vino nerviosa, su carita de ángel estaba roja y tenía un botón de la camisa salido. Primero pensé que era algún enamorado, me dio gusto que viva su juventud; pero luego me contó que un profesor la había manoseado. El Loco y yo (El Loco es mi seguridad, aunque yo le diría inseguridad para mis enemigos) fuimos a buscar al profesor ese. Con solo mirarme, ya sabía por qué lo buscaba. El Loco se puso como loco cuando vio que el profesor comenzaba a correr, lo agarramos y le dimos tal tanda que no pudo volver a escribir su nombre sin que las letras bailen. Ahí está El Loco para confirmarlo.
            Yo les decía que Juanita vino chibola, pero me agarró tanto cariño que a los 16 se metía a mi cuarto a dormir conmigo; ojo, he dicho a dormir. No faltó el día cuando me quiso besar. Yo le acepté el beso, como caballero que soy; pero después de esa noche le entró un aire de mujer tan intenso, que cuando llegaba la hora de dormir se metía a mi cuarto, encendía la luz y comenzaba a bailar para mí, mientras se desnudaba. La primera vez parecía un ángel, los ojos le brillaban, el rostro lo tenía alegre, su cuerpito temblaba y me bailó lindo. Yo, respetando siempre, la abrazaba, la acariciaba; pero nunca hice algo que ella no quisiera, o mejor dicho, nunca la manoseé. Señores, por favor, yo seré caficho, mujeriego, mentiroso y todo eso de lo que me acusan; pero nunca haría algo que Juanita no pidiera. Fue para mi cumpleaños, cuando ella tenía ya 17, que fue su primera vez. Como siempre se acomodó desnuda a mi lado; sin embargo, esta vez comenzó a desnudarme. Vi en sus ojos un amor, una magia, un hechizo… increíble. “Ya estoy lista”, me dijo al oído. Al darme cuenta que estaba segura, le hice el amor tan delicadamente, al principio, que sonreía emocionada; a lo minutos me transformé en el león que soy y la hice sudar y gritar totalmente extasiada. Por eso yo quiero tanto a mi Juanita. Ya luego se metió de bailarina, contra mi voluntad por supuesto, y al tiempo tuvo sus chicos. Bueno, el negocio es así, te jala y te jala. Lo bueno es  que encontró en su universidad a un buen chico y ahora está casada. Yo la quiero como una hija y como mi mujer.
            Ya me puse sentimental. Perdónenme amigos, mejor seguimos con otros pasajes de mi vida.  La vida de un hombre aventurero está llena de historias, unas más increíbles que otras; pero todas tan simples como morir. La verdad es que no recuerdo mucho, rostros y rostros pasan por mi mente, mujeres que alguna vez acompañaron a mi alma moribunda.
            Chicas que uno recuerda al compás de un cigarrillo o al pasar de un ardiente vaso de ron. Saben, señores, si me ven lagrimeando no es por alguna de las que ya no está a mi lado, sino por aquella que amo más que a ninguna. Yo no les he hablado ni de mi padre ni de mi madre, por lo que ustedes pensarán que yo no los recuerdo o que aún siguen con vida. La verdad es que mi madre murió hace como 50 años y a mi padre lo maté hace como 58. ¡Un momento!, antes de que comiencen a murmurar, como veo que lo hacen, déjenme explicarles como sucedió todo.  
            Mi madre murió cuando daba a luz a mi hermana; mi padre la había violado mientras yo trataba que la suelte. Llegó una noche, luego de ya varios meses  y (¡hijo de puta!) le dio de puñetazos en la cara; mientras le sangraba la nariz y ella se ahogaba con la sangre, la mierda de papá que tenía la calateaba y la violaba. Yo estuve ahí, en toda la escena, pegándole a mi padre con todo lo que podía. Él terminó con mi madre y de un puñete me mandó ensangrentado al suelo.
Solo tenía 10 años cuando sucedió eso y solo pudimos limpiarnos con trapos viejos y lavarnos las heridas. Mi madre dio a luz a mi hermana muerta un viernes, luego de solo 7 meses; el mismo día que mi padre vino y la violó de nuevo. Yo no estuve cuando sucedió esto, pero seguro el hijo de puta le había golpeado la barriga para que muera mi hermana, y de paso mató a mi madrecita. Nosotros éramos muy pobres, yo trabajaba limpiando lunas y con eso nos manteníamos, pues mi madre no podía trabajar por el embarazo que solo la tenía en cama. Yo llegué de noche, había un charco inmenso de sangre  y mi madre moribunda trataba de meterse al bebito por donde salió; pero ya no entraba. Fui a verle la cara y me miró con el rostro empapado con una mezcla de sudor y lágrimas. Al verme dejó de empujar y, con la mano ensangrentada me tocó el rostro. Al momento como que se durmió, mejor dicho, se murió.
            Perdonen las lágrimas, amigos, así pasa cuando cuento eso. Mi madre y hermanita estaban muertas, yo vi a mi hermanita moverse antes de morir, movió sus manitos hacia su cara (o eso creo).
            Mi padre apareció a los 5 meses. Yo aún era demasiado pobre, a las justas me alcanzaba para comer alguito cada día; por eso no las pude enterrar  y las envolví en una frazada y cerré el cuarto de mi madre, nunca sentí olor alguno. Mi padre llegó y fue directo al cuarto de mi madre, abrió la puerta y, gracias al olor  y la impresión de ver los cuerpos donde él los había dejado, pude meterle un cuchillo largo que compré para él.  Le di no sé cuántos cuchillazos que lo que vi luego ya no parecía humano. Volví a cerrar la puerta y me fui.  Tres años más tarde, cuando ya trabajaba como el “chacal” de un proxeneta y aprendía el negocio, vi en la televisión la noticia de los muertos encerrados. Lo reportaron como crimen pasional. Los cuerpos de mi madre y mi hermana estaban donde los dejé, pero el de mi padre estaba al lado de mi madre, cuando yo lo había dejado   como a dos metros. ¡Hijo de puta!
            Disculpen, señores, este viejo no puede más con la pena. Me voy del bar. Escojan la que quieran, luego hablamos de negocios.
            

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